Si no emprendo, está bien

 


Leyendo el libro de Chip Heath y Dan Heath, Momentos mágicos (2017, Deusto, www.newcomlab.com), me encontré con la historia de una mujer que tuvo dos momentos reveladores en su vida: el primero, referente al trabajo que ejercía en ese momento, donde visualizó que no podría quedarse allí por el resto de su vida, dado que como asistente de veterinaria, llegaría un momento en el que su condición física y la edad no le permitirían hacer cosas como levantar y/o dominar perros de gran tamaño, así que decidió montar su propio negocio de tortas, que creció muy bien en los siguientes años. Sin embargo, el crecimiento de su negocio y atender otras responsabilidades de su vida (incluso su trabajo en la veterinaria) le trajo su segunda visión esclarecedora: le gustaba hacer los productos, pero no soportaba la idea de bregar con pedidos, ser la responsable de todas las decisiones y el trabajo agotador de ser el dueño del negocio; así que tomó la decisión de trabajar en lo que le hiciera feliz. Descubrió que trabajar para terceros estaba bien, porque cumplía instrucciones, podía hacer sugerencias sin toda la responsabilidad que ello implica, y allí cerró su negocio.

Estoy segura de que muchos dirán que no fue una decisión correcta; en embargo, ¿quiénes somos para juzgar su decisión? Ella, mejor que nadie, ha descubierto hasta dónde puede llegar y cuál es el camino que le da satisfacción y felicidad. Emprender no es un trabajo para todo el mundo, porque requiere competencias adicionales que a lo mejor un trabajador ordinario no está dispuesto a desarrollar (de esto he escrito en otros artículos). Hay quienes tienen grandes responsabilidades corporativas y sentirse bien y satisfechos con la sinergia que logran al poner su grano de arena sin necesidad de hacer la playa completa. Así me lo hizo saber la directora de una Fundación al referirse sobre su aporte en la idea de negocio de una gran empresa.

Sigo insistiendo en que si todos emprendiéramos no hubiese nadie que nos acompañara con su trabajo en nuestra empresa. Adicionalmente, la vida no tiene un solo propósito, tiene varios, así como muchas aristas que atender: crecimiento personal, ocio y distracción, familia, salud, entre otros. Si emprender te lleva por la vida de la presión, la sobrecarga de trabajo y la aceptación de roles y responsabilidades que te martirizan, entonces no es el camino. En esta vida de aprendizaje ser útiles y cumplir con los propósitos de vida que dejen huellas positivas en los demás no siempre viene de la mano con un emprendimiento. Hay labores que quedan mejor cuando otros ponen recursos e ideas, como la docencia o el desarrollo de grandes industrias. Adicionalmente, si tomamos en cuenta el entorno donde nos desarrollamos, nos daremos cuenta de que el camino no es igual para todos.

El camino del emprendimiento tiene sus altas, pero también sus bemoles. Quien decide montar un negocio se hace responsable de cubrir una necesidad en la comunidad a través de sus productos o servicios, de dar trabajo y cuidar de sus trabajadores y su familia, y de contribuir con el desarrollo de la sociedad con sus aportes sociales; además de ello tiene que dar la cara ante el Estado y cualquier ente regulador, incluso las organizaciones no gubernamentales que exigen transparencia en las actividades empresariales. Nadie dijo que emprender sea fácil ni una receta de cocina, como me pidieron alguna vez que describiera cómo emprender en unos cuantos pasos. Por eso admiro a los emprendedores, y a los valientes que deciden acompañarlos con posiciones menos protagónicas, pero altamente importantes.

¿Tienes dudas sobre el camino que elegiste al emprender? Tómate el tiempo para descubrir lo que realmente te hace feliz, lo que estás dispuesto a hacer, a ofrendar por tu felicidad y lo que no estás dispuesto a hacer o a renunciar. Tus comentarios son bienvenidos al final de este artículo.

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