Cómo perdonar y no morir en el intento
Vivo en un país
donde el dolor está a flor de piel. Tener un día normal es una utopía y
requiere un gran esfuerzo hacer cualquier cosa: desde cepillarse los dientes
hasta tomar vacaciones, desde calmar la sed hasta planear una boda. De ahí que
Venezuela tenga una economía de guerra, sin haber estado en una. Con este
panorama, las emociones que abundan son la rabia, la decepción, la tristeza, la
impotencia. ¿Cómo se puede perdonar con este escenario?
Cuando se nos
recomienda perdonar para seguir adelante en estas circunstancias, la primera
reacción es rechazar el perdón, dado que
hay culpables que tienen que pagar por lo que está sucediendo. La neurociencia
nos invita a manejar emociones que nos conecta con la red social, como la bondad, la generosidad, el respeto, la
solidaridad. Pero es aquí donde siempre me preguntan: ¿cómo empiezo a
sentir estas emociones con alguien que me ha hecho daño? La respuesta está en
el significado del perdón.
De acuerdo con la
Real Academia de la Lengua Española, el
perdón es la remisión de la pena que pueda ser merecida, y la remisión es el
alzamiento de la pena o liberación de una obligación. Tal definición nos trae
una sensación de injusticia. En vez de ayudar, esta definición refuerza los
sentimientos de impotencia, desigualdad e impunidad. ¿Cómo se puede perdonar a
alguien que ha maltratado, vejado, robado, matado?
El asunto está en
entender al perdón con otra perspectiva: Un Curso de Milagros nos enseña que el
perdón es entender que nada ni nadie te puede hacer daño, y con esta frase
cambia todo. Los metafísicos enseñan que el perdón libera a quien lo da, muy
cierto, y también enseña que el bienestar se consigue desde la perspectiva
personal. Es un proceso que requiere práctica,
y una perspectiva completamente opuesta. No significa que no haya
justicia, sino que nada puede hacerme daño, a menos que yo lo consienta. Las
primeras indicaciones erróneas del perdón lo vemos en los niños, cuando se
acusan unos a otros de llamarse cosas que no son: feos, malos y se refuerzan
estas ideas con los juicios (“es verdad, eres feo”, o “él es malo porque te
dijo eso”). En este sentido, estoy enseñándoles a mis sobrinos más pequeños que
nada puede hacerles daño, a menos que
ellos deseen sentirse mal por ello, y les recuerdo que son poderosos, que vean
que no son así como los etiquetan y que
esas palabras pueden resbalarle porque ellos son lo valiosos que son.
Justamente, ellos son los hijos de mi hermano asesinado, y que la tristeza que
me genera esta dolorosa pérdida la trabajo pensando en que él está en un plano
mejor, posiblemente, su muerte ha sido su forma de expansión espiritual (como
le pudo haber pasado al mismo Jesús) y que mis sobrinos están en un proceso de
aprendizaje espiritual que amerita vivir una vida con el grato recuerdo de su
padre. Por mi parte, no creo en la justicia penal de mi país, pero sé que la
Justicia Divina actúa. Si creo en que Dios Todopoderoso es quien controla todo
y comulgo con lo escrito en el Salmo 23: El Señor es mi pastor, nada me falta,
neutralizo la tristeza de la pérdida con la convicción de que esa es una
experiencia que me ayudará a evolucionar, y la prueba está en este artículo.
Es bueno recordar que tenemos sentimientos y emociones positivas, que
fluyen como chispas a lo largo del día. Pueden ser sutiles, pero son muy
valiosas, porque nos permiten anclarnos en estos momentos de bienestar y
sobrellevar las vicisitudes del quehacer diario. Dedicar más atención a estos
momentos de felicidad y recordar las sensaciones y emociones que nos hacen
sentir. Y aumentar la fe en Dios mueve la energía que construye la realidad.
Está demostrado que los pensamientos construyen emociones, las emociones
construyen sentimientos, y los sentimientos nos llevan a acciones cónsonas que
construyen la realidad individual, y si inspiramos a los demás, estaremos
construyendo un consciente colectivo positivo, que de alguna manera estará
construyendo la realidad que queremos como sociedad.
Excelente escrito!!!
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